Después de todos los nervios creados esta semana y acabando hoy con ese par de entrevistas frustradas, he finalizado el día a eso de las 6 de la tarde llevando a mi hijo al ajedrez. He aparcado el coche en una esquina cercana y después de salir del coche los 3, he cruzado la mirada con otro cuarentañero como yo que paseaba por la calle junto a su mujer:
- Hola. -Hola ¿como va?
- Bien por aquí dando un paseo- (palmada en la espalda).
- Pues nosotros también, vamos a llevar al chico al ajedrez que le toca hoy- (Yo también le doy en la espalda suavemente).
- Vale, nosotros nos volvemos ya a casa, cogemos aquí cerca el autobús-
- Si, hemos dado una vuelta que la tarde está muy agradable-
- Adiós-, -Adiós, hasta luego-
Mi mujer, mi hijo y yo hemos seguido andando por la calle camino del centro cívico y al volverse hacia mí no ha podido evitar preguntarme al ver mi sonrisa de oreja a oreja: -No lo conoces ¿No?
Se nota que me conoce desde hace muchos años. - Pues no, no tengo ni idea de quien es. - Tío, eres único, ¿Como puedes no acordarte de nadie?-
- Bueno pues no te extrañes tanto porque creo que él tampoco nos conoce de nada. ¿No has visto que no nos ha presentado a su mujer ni ha dicho como me llamo ni nada de nada?. Estoy seguro que no nos conocemos.
Mientras seguíamos por la calle abajo no hemos reído como hacía días, sin atrevernos a mirar hacia atrás por si ellos también miraban.
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